Antecedentes

Para conocer esta propuesta de trabajo político-estético es necesario acercarse a algunos aspectos de mi vida personal, a la de Ricardo. Soy el tercero de cuatro de cuatro hermanos de una familia mestiza, de clase media, católica y de Cali, Colombia, una ciudad mediana. Los cuatro hermanos estudiamos en el Colegio Franciscano de Pio XII que era solo para hombres. Mi infancia y adolescencia la viví en el viejo barrio Tequendama, entre la arquitetura de casas grandes y calles arborizadas. Fue una época feliz, de muchas amistades, familias conservadoras y viajes familiares a diferentes partes de la geografía nacional, Ecuador y Miami. Esa fué la Cali del escritor Andrés Caicedo, la de los Juegos Panamericanos de 1971, la del ingreso de los «cocacolos», la de las bienales de artes gráficas, la que recibío la salsa como si fuera propia, la ciudad racista, machista y la del nacimiento de toda la cultura mafiosa y «traqueta».

A los 8 años ingresé a las actividades artísticas del Colegio donde estudiaba y a los scouts, donde tuve mis primeros encuentros con lo político, lo estético, y la relación con la diversidad ambiental y social. Un detestable colegio masculino de Franciscanos, donde la falta de cuidado con la diversiad y las inteligencias múltiples, hacía que el ambiente fuera para mí muy hostíl y poco formativo.

En esa época del colegio encontré al Cóndor como un totem personal y reconcí los grandes retos de poder transformar una sociedad mafiosa, machista, feudal, conservadora, militarista y homogenizadora. El gusto por la vida en el campo, los amarres y el trabajo político, luego se vería plasmado en mi propuesta de exploración fotográfica.

En la década de los noventa, después de estudiar Comunicación Social en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, tuve un creciente interés por la formación para los medios de comunicación desde un enfoque de la educacicón popular, inspirados por autores como orlando Fals Borda o los teólogos de la liberación. Este fué el inicio para hacerse preguntas sobre el papel de la imagen en la configuración de imaginarios, que dieran orígen a búsquedas de transformación social. Poder desarrollar proyectos comunitarios de comunicación, especialmente desde la prensa, fueron los detonantes en la década de los noventa, para estudiar más a cerca de la semiótica de la imagen y el poder de la fotografía, no solo como documento o práctica Social, sino como medio para la transformación de imaginarios, estereotipos y para deconstruir aspectos naturalizados de la cultura. Después de los estudios que realicé en Cuba sobre Semiótica de la Imagen en el 2000, y de haber participado en el proceso de creación del Periódico estudiantil El Clavo, en la Pontificia Universidad Javeriana de Cali en una docena de proyectos de comunicación popular, se inicia un proceso de búsqueda de desarrollo de la fotografía como técnica, y el cuerpo, como tema de investigación.

En la discusión sobre quién fué el responsable de darle el nombre al Clavo, como iniciativa de periodismo estudiantil, siento que tuve mucho que ver con esa elección. Un nombre bastante «fálico», que alude a una forma particular de ejercer presión para la transformación social. Ese nombre finalmente aludía a una herramienta que sirve para chuzar y/o para construir.

Creo que, pese a ser un pequeño burgués acomodado, he sido muy crítico de la sociedad colonial en la que vivo, con claras expresiones cotidianas de racismo, homofobia, transfobia, machismo, e instalada en una estructura patriarcal a donde la asociación entre las tendencias conservadoras de la iglesia católica y del capitalismo salvaje han tenido mucho que ver.

Para Cali-Colombia, la década de los noventa fué clara una crisis institucional que aún pervive. Los valores cuarteados por las prácticas del narcotráfico y una generación de políticos con pensamiento mafioso e individualista, permearon muchos niveles de la sociedad, marcada por la pobreza, la exclusión, con una mínima clase social acomodada, que se nutría de la ignorancia.

Este contexto caótico fué el motivo para hacerme preguntas personales, por mi cuerpo, y por mi lugar en la sociedad. Empecé a hacer juegos de creación visual desde el auto homoerotismo, que me permitieron identificar formas, fórmulas, pero sobre todo, buscaba el reconocer en mi propio cuerpo un instrumento de provocación crítica de la sociedad. Este interés por encontar un lenguaje propio permitía un ejericicio silencioso que no tenía grandes escenarios de exhibición, más alla que un archivo privado en mi computador, que migraba de vez en cuando a los nuevos dispositivos tecnológicos, de disquetes, a CDs, luego a memorias, etc.

Uno de los episodios más interesantes de mi vida fué ese proceso de explorar una sexualidad primero en espacios privados y luego en espacios públicos. Una sexualidad ingenua que intentaba salirse de la culpa y de las contradicciones de la «heterosexualidad obligatoria», que culturalmente exige dominar a la mujer y garantizar así la desendencia y la reproducción del capital. Las piscinas y los baños de los centros comerciales fueron uno de esos espacios para experimentar una mirada erótica. Era para mi un escenario público, donde poco a poco veía otras personas que compartían los deseos, y que tenían el mismo interés de liberar la energía sexual. Los baños del Centro Comercial Unicentro, y el de Holguines, o los de la Universidad del Valle, se convertieron en escenarios para el cruising, donde había masturbación furtiva y rápida. Los centros comerciales aún no sabían como manejar esta situación, eso era en la década e los 90.

En una oportunidad un chico en Unicentro me miró, en un ritual propio de la comunidad gay, donde sólo la mirada permitía leer un claro interés sexual. Al no poder hacer nada ahí, fuimos a los baños de Holguines, el centro comercial que queda justo alfrente de Uncientro al sur de Cali. Allá entramos a un baño y empezamos a besarnos y a tocarnos, una práctica frecuente en lo que se denomina el cruising gay, que se practica en todas las ciudades grandes del mundo y que se ve acrecentado como una práctica cotidiana en el mundo de las redes sociales. En medio de la saliva y el precum, miramos hacia arriba, y vimos las 4 cabezas de guardas de seguridad que se estaban asomando en la parte de arriba.

No fué nada agradable atravezar el centro comercial esposados escoltados por los guardas, quienes gritaban cosas como: «Estos maricas haciendo vulgaridades en los baños…». Nos llevaron al sótano a donde llevaba a todos los delincuentes. Nos pidieron nuestros documentos de identidad, y nos ordenaron que nos quitáramos la ropa. En interiores nos pusieron a hacer 100 sentadillas con las manos en la nuca. En la sentadilla 20 yo ya no podía ni caminar. Después de mirar nuestros documentos y de amenazarnos de llamar al periódico amarillista «El Caleño» para que publicaran la perversidad de jalarsela en un baño público, nos pidieron ponernos la ropa alrevés, y ducharnos con la ropa puesta. Una vez salimos, nos apuntaron con las armas y nos dijeron que nos fueramos, que no volvieramos al Centro Comercial en toda nuestra vida.

Este episodio, hoy sería demandable, pero en los noventa era común, con expresiones mucho más violenta y humillantes. Época en la que los sitios de «ambiente» eran restringidos a unos cuantos valientes, algunos de los cuales eran los que entendían las nacientes movilizaciones sociales que se daban en ciudades como San Francisco y NY. Basta recordar que los 90 fue una década que heredó los fantasmas de la pandemia del SIDA, que ayudó en gran medida a satanizar algunas prácticas de las diversidades sexuales no hegemónicas.

Los primeros años del siglo los viví en La Buitrera de Cali. Durante 7 años viví con el artista Henry, quien fuera mi pareja en esa época. Fueron años interesantes, alrededor de la casa campestre, llena de magia y de posibilidades para aglutinar amigos, propuestas culturales y ambientales. Fue una época de preguntas por lo estético y lo plástico, especialmente porque Henry estudiaba en Bellas Artes y por todas las inquietudes por lo estético que yo traía desde antes. Estando en ese espacio, empecé a trabajar en la Pontificia Universidad Javeriana, en varios cargos, sin abandonar los puestos que tenía en las universidades Santiago y Autónoma de Occidente. Época en que estudié Semiótica de la imagen en Cuba y en que desarrollé varias exposiciones de fotografía, con un naciente interés por el homoerotismo en la Universidad. De igual forma, acompañé a Henry a desarrollar varios de sus trabajos de homoerotismo, y plásticos que desarrollaba para sus cursos de Bellas Artes.

Destaco el trabajo que Henry hizo en el valle de las muñecas en el río Pance, donde van los hombres a buscar hombres. Hombres desnudos en los árboles, como frutos. Trabajo que exploraba un poco lo que ya venía realizando yo con el tema homoerótico. Ya para esa época contaba con una bibliografía en la biblioteca, que afinaban preguntas fundamentales sobre el cuerpo, y que venía indagando en la Universidad Javeriana. Fué cuando decidí estudiar la Maestría en Estudios Culturales, pues lo ví como una oportunidad por hacerme preguntas sobre el uso del poder y las dinámicas culturales que dieron origen a penamientos feministas la indagación por las nuevas masculiidades y por el arte homoerótico o gay, que era muy escaso o poco visible en nuestra región.

Otro de los ámbitos de mi vida que ha influenciado mi proyecto es la cercanía con las comunidades afro e indígenas. Especialmente con la comunidad Kamsá, Kofán y Nasa. Desde que hice tomas de Yagé en el departamento del Putumayo y en varios sitios del Valle del Cauca, encontré otras epistemologías y maneras de concebir la realidad. Con los Nasa pude acercarme a sus milenarias luchas, y específicamente al cuidado y respeto por su territorio desde su cosmovisión.

Desde 2012 compartí mi vida con Daniel. En su hermosa compañía pude compartir grandes momentos y un sentido de vida lleno de búsquedas en el tema de las estéticas, las identidades y los imaginarios de lo que significa ser pareja queer. Con él crecí, especialmente conocí nuevas maneras de ver la realidad, incluyendo mi propio cuerpo. Me ha acompañó en las enfermedades que he padecido y me alentó a seguir con la propuesta de activismo estético-político que poco a poco denominé «pitchfotos». Su cercanía al tema cultural desde la literatura, el cine, la música, la danza, la gastronomía, entre otros, me permitió abrir todo un panorama que he podido plasmar también en mi trabajo. A él le debo todas las gracias. Daniel decide que la relación debe terminar después de mi laringectomía, de la muerte de mi papá y de un año de pandemia, en octubre de 2020.

Hoy soy pensionado por mi condición de laringectomizado, y continúo como gestor cultural en Cali, después de haber sido director del Centro de Expresión Cultural de la Vicerrectoría del Medio Universitario y de haber sido dociente y profesional de esa dependencia por más d 20 años.

Sigo enfrentando el pánico social que desata hacerse preguntas por el cuerpo masculino, por los roles de género, y por el lugar del hombre, en una época de crisis civilizatoria y degradación ambiental, no desde las discusiones de la academia dura, sino desde el ámbito de lo estético y desde un activismo que puede ser muy cuestionable (ver la Guía para ver el umbral de Pitchfotos).

3 respuestas a “Antecedentes”

  1. Avatar de Rodrigo Guevara
    Rodrigo Guevara

    Excelente testimonio personal. Bravo.

    Le gusta a 1 persona

  2. Buena tarde. Acabo de aceptar tu perfil en Instagram. Y me encantaría participar de tus fotografías. Ya he hecho algunos desnudos artísticos y pertenezco a un grupo nudista de Medellín. Pero quisiera hacer algo más atrevido y arriesgado.

    Me gusta

    1. Hooa thavo, estoy en cali. Eso dificulta las posibilidades

      Me gusta

Deja un comentario

Blog de WordPress.com.