El erotismo enfrenta a la muerte, con la mera pulsión de vida, vs el vacío, el sinsabor de no encontrar el sentido de lo humano. De ahí el valor espiritual del homoerotismo. En esta fuerza que acumula el placer, el deseo, y la pasión, se puede intuir una manera de ver la realidad de los humanos terrenales.
Limpiar el cuerpo de toda noción cultural que enmarque o que ate la universalidad del cuerpo humano, es un poco pretensioso. Pero ese interés se mantuvo en la mayoría de los trabajos que desarrollé. Limpiar de objetos culturales que liguen las posibles relaciones de género, identidad, orientación, etc. Solo este ejercicio de volver a dar el cuerpo un lugar de potencial, en la significancia, es una pretensión que contrasta con el deseo de esos cuerpos por mostrarse, por exhibirse, por ser deseado.
Reinventarse las existencias a partir de lo que se es, de lo que hay, del hoy, sin anhelos del ayer o del mañana. Estar presente, respirar e intuir lo que niega la nada.
Sur, norte, oeste, este. Tiempo, espacio, energía. Sólo eso, energía. Tierra que se vuelve tiempo. Piedra que suena, en medio de las rutinas del trabajo, que niega la posibilidad creativa de la mente humana.
El erotismo solo es posible en los espacios de ocio, en aquellos momentos donde se pone en sospecha las prácticas que solo buscan el efecto inmediato, la mayor productividad, el instante que vale oro. El erotismo se resiste a esa lógica de la eficiencia y de la transparencia, que llega a la explicitez de todo en un instante, como garantizando la efectividad de los sistemas de producción.
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