
















¿Tener cuerpo o ser un cuerpo? Vivir en piloto automático y exigirle a su propio cuerpo todo lo que pueda dar, y aguantar. Sobretodo creer que es eterno y que sus fucnciones estarán sincronizadas para siempre. Ser hijo de un cirujano obstetra, o hermano de un anestésiologo no son suficiente causa como para creerse conocedor e imnune a las lecciones que el cuerpo debe aprender cuando se altera.
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En diciembre de 2017 tuve una disfonía crónica, que pudo estar asociada a un reflujo y una gasgritis crónica que había venido cultivando por pésimos hábitos alimenticios.
En febrero de 2018, despues de una laringoscopia de cuerdas vocales, se me diagnostica un tumor maligno en la cuerda vocal izquierda. Los médicos tomaron la decisión de hacer un tratamiento de 19 sesiones de radioterapia. Durante un año estuve relativamente bien, con un diagnóstico muy favorable, pero conservador. Luego volvió la disfonía y la tamografía que me hicieron por medio de contraste salió mal. En la imagen que resulta de este examen se identifica un tumor invasivo que afectaba toda mi garganta. Ante esta reaparición del CA estado 4, mi médico de cuello y cabeza propone una decisión paliativa, y es una cirugía donde haría un vaciamiento radical de cuello, que implicó sacar la faringe, la laringe y muchos ganglios del cuello.
Dos semanas antes de la cirugía, aparece la disnea, especialmente en las noches. No me dejaba dormir y creó el ambiente propicio para que mi mente brincara entre el pánico y la ansiedad autodestructiva. En medio de la falta de oxígeno me imaginé mil cosas, entre ellas la operación y las consecuencias de cómo quedará después de la intervención-mutilación. Evidentemente, uno de los pensamientos más dificiles fue recibir las órdenes del cerebro para que acabara esta historia de manera autodeterminada. Afortunadamente existe el Humedal El Retiro, que es el lago que queda frente donde estaba viviendo, que está lleno de árboles, entre ellos unos grandes samanes, quienes me acompañaron y me dieron el aire suficiente para no desistir.
Actualmente soy un paciente laringectomizado, por eso ando en la vida con una traqueotomía permanente, por donde respiro y por donde activo la válvula fonadora para hablar sin cuerdas vocales. Siento los dolores de una anestesia que va saliendo poco a poco y de un cuello que ha perdió muchos de sus nevios y anclajes musculares. La laringe y la faringe, son el centro desde donde se produce mucha de la fuerza de gran parte del cuerpo, hoy ya no los tengo. El control de los esfínteres para hacer del cuerpo es toda una conquista. Al no tener la nariz funcionando los sentidos del gusto y del olfato pierden su poder. Subir los brazos depende de anclajes musculares del cuello, es una simple operación me cuesta dificultad. Siento dolor al intentar quitarme una camiseta o subir el codo para comer. No poder gritar, silvar, soplar, escupir, roncar, son parte de estos cambios, que poco a poco he ido asumiendo. Ya en las partes tristes de la vida o de las películas, no siento un nudo en la garganta, porque literal, no la tengo. Es decir, debo expresar mis emociones de otras maneras.
Por la traqueotomía suelo expectorar secresiones, que deben ser controlados tanto con la cánula como con las válvulas que se han ideado para reemplazar la nariz y para fonar. Ahora ciencia, cuerpo y estética, me ponen a prueba, para continuar viviendo entre los mortales, sin poder volver a las piscinas, ni al mar, ni a los rìos.
También ando respirando gratitud, por el tripode emocional que me ha sostenido. Mi familia, mi expareja y mis compañeros de trabajo. Y tal como me lo enseñó una amiga, aún sobrevive gran parte de mi cuerpo, especialmente mi capacidad de pensar y de sentir. Con ellos seguramente mi mirada seguirá teniendo cosas para decirle al mundo.
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